El papel jugado por la ballesta en la historia de la Baja Edad Media fue más que notorio. Las tropas armadas con ballestas, que tan eficaces habían resultado como fuerza de apoyo y cobertura durante la Edad Media, continuaron empleándose durante el Siglo XVI. Fue usada y admirada por cazadores y guardabosques, bandidos, cuadrilleros de la Santa Hermandad, asesinos y soldados. También fue perseguida, incluso excomulgada.

El Concilio Lateranense de 1139 amenazó con expulsar del seno de la Iglesia a todos aquellos que usasen contra cristianos ese ingenio que el papa Inocencio II y sus cardenales calificaron como artem mortiferan y Deo obidilem, es decir, "odiada por Dios". Éste fue, por cierto, el primer caso de la historia donde hubo una conferencia para la limitación de armamentos. Pero sólo se prohibe lo que se generaliza, por lo que no cabe ninguna duda de que, por aquel entonces, la ballesta debía tener un éxito importante entre todo tipo de combatientes y cazadores, que para nada se acordavan de las amonestaciones de los clérigos a la hora de matar al vecino con impunidad. Pero no fueron las razones humanitarias las que llevaron a la Iglesia a prohibir tal arma, sino que lo hizo por el peligro que suponía para los propios cimientos del sistema feudal. Según éste, Dios en persona había dividido a los hombres en tres órdenes o estamentos. Pero el "infernal" invento ponía en entredicho todo eso. Para nada le servían al caballero los años de entrenamiento, el caballo de guerra y la pesada armadura, la lanza, la espada y el escudo, si cualquier villano con una ballesta, agazapado entre los matorrales, podía mandarle la muerte en la punta de una saeta. A principios del siglo XVI, Pierre de Terrail, conocido por otro nombre como Bayardo, "el caballero sin miedo y sin tacha", paradigma de la nobleza guerrera de su tiempo, mandaba ejecutar sin dilación sobre el campo de batalla a todos los ballesteros hechos prisioneros, porque consideraba que la ballesta era arma "cobarde y propia de traidores" ya que, armado con ella, cualquier villano que no se había ejercitado largos años en las artes de la esgrima ecuestre de los caballeros montados, y que ni siquiera poseía la fuerza moral de los piqueros que resistían a pie firme las cargas de la caballería, podía matar a unos y otros desde lejos sin arriesgar su vida.

Ahí radicaba el gran peligro de la ballesta, y su gran virtud. No sólo tenía una potencia devastadora, sino que era insidiosamente fácil de manejar. Con ella era sencillo atravesar el cuerpo de un ciervo de lado a lado, o hacer asomar tres dedos de la puonta de un dardo en el espaldar del más noble y brillante paladín. Ciertamente, había desde muy antiguo otras armas que podían lograr los mismos efectos. Ahí estaba el arco largo, patrimonio de los galeses y los ingleses, cuyas flechas que podía perforar cualquier coraza a cinquenta. Pero al manejarlo, el arquero debía realizar un tremendo esfuerzo muscular para tensar su arma, con la única fuerza de sus brazos. Y debíaa mantener esa tensión mientras apuntaba, por lo que era muy dificil poner la flecha a cuarenta pasos en algo menor que la pared de un granero. Por ello, para formar un buen tirador de arco se necesitaban años de duro entrenamiento y dedicación. Por el contrario, cualquier enclenque, tras media hora de ensayo, era capaz de montar una ballesta, pues para ese fin contaba con los adecuados medios mecánicos. Y una vez cargada, no tenía que hace otro esfuerzo que el de apretar el disparador y soltar la saeta.


La ballesta presentaba un aspecto exterior sencillo, aunque esa simplicidad era más aparente que real. Las armas de este tipo tenía varias piezas móviles en su interior, con resortes y engranajes metálicos. No en balde, a partir de las ballestas se desarrollaron los mecanismos de los primeros relojes. Muchos pueblos de Asia y África nunca alcanzaron los niveles técnicos necesarios para fabricarlas, pasando directamente del arco al arma de fuego importada de occidente. En la actualidad calificaríamos a la ballesta como armamento de "países desarrollados".

ballestaactual
Ballesta de cazador actual. Puede apreciarse lo poco que ha cambiado su mecanismo de funcionamiento y su fisonomía

Se componía de una pieza de madera de unos sesenta o cien centímetros de alargo, llamada "tablero", "cureña", o "caja", en la que se fijaba en ángulo de noventa grados un arco o "verga", que bien podía ser de acero o "de palo", es decir, de madera. En la ranura de la caja de la ballesta se engarzaba la "nuez", una pequeña pieza giratoria de metal en la que existían unos resaltes donde se sujetaba la cuerda para mantenerla tensa. El "disparador" era otra pieza móvil, también sujeta a un eje. Unos de sus extremos quedaba al aire, bajo el tablero de la ballesta, mientras que el otro se encajaba en una muesca de la nuez, impidiendo que girase. En su parte frontal, el arma tenía una robusta pieza de hierro, el "estribo", donde se colocaba el pie para mantener la ballesta en posición vertical.

Los extremos del arco se unían por una cuerda muy resistente. La cuerda de ballesta era tan fuerte que se le daba muchos usos aparte del que le era propio. Los cuadrilleros de la Santa Hermandad amarraban a sus prisioneros con con ellas, o las utilizaban para azotar a los delicuentes. Curiosamente, estos enérgicos servidores de la Corona por campos y despoblados recibían su nombre de "cuadrilleros", no por ir de cuatro en cuatro, sino el uso que hacían del "cuadrillo". Así se denominaba un cierto tipo de dardo de ballesta, cuya punta, en vez de tener forma de cuña como era normal, estaba tajada de plano. Eso le daba un efecto letal cuando se disparaba a corta distancia, por lo que se usaba en las ejecuciones sumarias, tan normales dentro de los hábitos de la Santa Hermandad. Según algunas pinturas flamencas de la época, el cuadrillo se llevaba sujetando el ala del sombrero, a modo de siniestro broche.

En los siglos XII y XIII los ballesteros llevaban un gancho colgado de su cinturón, con el que se ayudaban para forzar la resistencia del arco, aferrando con él la cuerda mientras ellos hacían fuerza apoyando las manos en la contera del arma. Muchos menos fatigoso era usar la "pata de cabra", un ingenioso artilugio con el que se tiraba de la cuerda por medio de un sencillo sistema de palancas. El más refinado de los ingenios era el "cranequín", que se servía de los efectos combinados del torno, las ruedas dentadas y la cremallera para doblar la verga del arma. El más espectacular sería, sin duda, el "armatoste". Se trataba de una doble manivela que ser engarzaba a la contera de la ballesta, provista de un torno donde se enrollaba un juego paralelo de cabos, enganchados por su extremo libre a la cuerda del arma. Para multiplicar la fuerza de tracción, los cabos se hacían pasar por un doble sistema de poleas, de tal modo que hasta el arco más potente era curvado sin gran esfuerzo, aunque, eso sí, la tarea llevaba su tiempo.

Se usara el sistema que se usara, al final, la cuerda de la ballesta quedaba sujeta por la nuez, que quedaba firme e inmóvil por la presión del disparador. El tirador colocaba entonces el dardo en su sitio y se llevaba el arma a la cara. Una vez apuntada la ballesta, sólo tenía que presionar en el extremo libre del disparador, para liberar la nuez y soltar la cuerda. Un sonoro chasquido indicaba que la saeta volaba hacia su destino, en el costado de un venado o en el peto de un caballero.


ballestero

Ballestero español durante la Conquista de México (1519-1521). Pablo Martín Gómez. 
A-Ballestero armado con espada y ballesta de palo, protegido por una celada de acero y una brigantina de cuero tachonada por capas de metal.
B-Ballesta de palo
C-Esquema del funcionamiento del dispositivo interno de la ballesta
D-Durante la acción del disparoe
E-Nuez
F-Cuerdas de repuesto
G-K- Distintos tipos de dardos. J y K son "cuadrillos".
L-Aljaba de cuero para los virotes